Archivo de noviembre 2013
EL POLICÍA: UN INVITADO MUDO PARA CLASIFICAR COMO VÍCTIMA
En la institución policial, así como en cualquier otro ámbito, «etiquetamos» a la víctima como aquella persona sometida al sufrimiento o padecimiento no necesario ni provocado, que le impide tener un desarrollo psicosocial normalizado de su vida, con afectación en los distintos órdenes que caracterizan las relaciones personales en sociedad. En base a mis vivencias y conocimientos profesionales, he creído interesante emitir una opinión sobre el policía como víctima.
En general, siempre he definido al policía como un interventor de intereses ajenos, en una situación caracterizada por la especial dificultad técnica que entraña su profesión, dedicación, penosidad, peligrosidad, turnicidad y, principalmente, responsabilidad. Este contexto, junto a las estructuras sociales a las que está sometido (trabajo en grupo y protección a la sociedad), generan el escenario ideal para poder convertir en una auténtica víctima al policía.
Así, distingo entre tres situaciones en las que un agente de policía se puede considerar víctima:
1. En sus relaciones internas en la institución. En mi opinión, es la víctima más común y característica de todas, con el más incierto pronóstico y cuadro clínico evolutivo, en su caso. Se trata de la presión a la que, en un cuerpo jerarquizado y en su mal entendido marco de conflicto laboral, determinados miembros de mayor poder en esta institución absolutamente piramidal, someten a otros inferiores jerárquicos de sus plantillas, por una gran diversidad de motivos (envidias, cualificación profesional del policía, temor a desenmascarar la incompetencia de sus mandos, etc.).
Aunque se puede consultar en mi artículo sobre el acoso en la institución policial, publicado en el espacio web Segrupol (12 de mayo de 2013) los perfiles de víctima y victimario, cabe destacar ciertas características de ambos. El victimario habitualmente se trata de una persona de pocos amigos permanentes, inestable y variable, incapaz de comprometerse con nadie por principios, moral o sentimientos, salvo que de ello obtenga un provecho, manipulador, impulsivo y autoritario. Por su parte, en el perfil de víctima se puede encontrar o bien aquella persona con alta cualificación y profesionalidad, destacada en la plantilla, extrovertido y con personalidad, alegre en su trabajo y con mucho interés en la formación (perfil víctima 1); o bien aquella insegura, de escasa personalidad, manipulable y sumisa (perfil víctima 2, víctima prioritaria de mandos intermedios).
Tras un largo y detallado estudio (acompañado de mi proyecto de investigación del año 2008, debidamente registrado), he llegado al establecimiento de unos sencillos patrones comunes que pudieran ayudar a prevenir, detectar y actuar ante esta nueva pandemia. En síntesis, estas conductas son las siguientes:
-
Engaño.
- Aislamiento.
- Privación paulatina de derechos.
- Imposibilidad de ascenso o acceso a destinos atractivos.
- Cambios de turnos, cuadrantes o de compañeros caprichosa o injustificadamente.
- Puestos poco valorados de escasa atracción o interés profesional.
- Comentarios capciosos.
- Falta de reconocimientos y premios.
- Discriminación sexual hacia la mujer, en algunos casos.
Estas conductas tendrán como consecuencia desde enfermedades psico-psiquiátricas (depresión, angustia, grave alteración afectiva y relacional, alcoholismo, drogadicción, etc.), hasta poder llegar a ideaciones autolíticas, en los casos más graves. A todos los policías que forman parte de este deplorable cuadro, debo transmitirles mi más absoluta comprensión, respeto, solidaridad y apoyo en la oposición a estas conductas tan reprochables y repulsivas, con esta pequeña aportación que espero pueda contribuir a su prevención, detección, tratamiento, denuncia y una lejana erradicación.
2. En sus relaciones externas profesionales. La condición de víctima en esta situación sería las más propia e inherente al normal desarrollo del ejercicio profesional del policía, pues la victimización se produce como consecuencia de la propia respuesta que recibe de la actuación profesional a la que se ve sometido de forma ordinaria en su profesión (incomprensión judicial, agresividad social, desconsideración profesional, falta de respeto, amenazas, agresiones, etc.).
Por tanto, es la victimización normalizada y propia del puesto de trabajo, para la que el funcionario debe estar preparado y poseer habilidades para «filtrar» dichas amenazas. Sin duda, serán sufridas por las también llamadas víctimas con menos habilidades para reprimir estas conductas, menor formación y un perfil de personalidad más débil normalmente. Los efectos, con mucho menor índice de probabilidad, pueden llegar a ser los mismos que los descritos para la tipología anterior, si bien, adquieren mayor protagonismo las lesiones físicas y las agresiones sufridas.
3. En sus relaciones sociales fuera de la institución. El policía en ningún momento deja de ser persona; de hecho, en la bonhomía de la persona puede estribar su riqueza profesional. Sin embargo, por las particularidades de esta profesión (el poder de corregir conductas reprochables jurídica y socialmente), el policía raramente será tratado como el miembro de honor social, más bien lo contrario. Sin duda, esta consideración del policía, a lo largo de toda una vida, terminará calando en su personalidad, confianza y seguridad, con la afectación que, en cada caso, pueda derivarse. Póngase por ejemplo, el panorama en las relaciones sociales que se le presenta un agente de policía, e incluso su familia, en un pequeño municipio de la España más rural, donde debe corregir y denunciar conductas y, desafortunadamente, en muchas ocasiones concursa entre una alto número índice de su población la escasa alfabetización, los falsos, confusos o dudosos estereotipos transmitidos generacionalmente sobre la policía y el desconocimiento de las estructuras básicas del funcionamiento de la institución policial en un estado de derecho.
Por lo tanto, y al contrario de los dos casos anterior, la situación de «marginalidad» a la que se someterá el policía en este tercer contexto no depende directamente del puesto de trabajo que ha elegido, sino que es algo que se sitúa en lo más extremo a su persona, como es la cultura, la flexibilidad y el grado de tolerancia interiorizado por el grupo social al que preste sus servicios. Los efectos, variables y dependientes de muy diversos factores, podrán ser los mismos que en los dos casos anteriores.
Por la extensión limitada para esta opinión, me gustaría indicar que esta temática debería tratarse con mayor profundidad y rigor en un estudio más exhaustivo, pero, en cualquier caso, debemos considerar que, al igual que las primeras políticas tendentes a detectar y luchar contra la violencia en el ámbito familiar obtuvieron todo tipo de críticas, por su supuesta intromisión en el ámbito privado de una relación familiar habiéndose superado hoy esas difíciles barreras, no tengo ninguna duda de que algún día la victimización que sufre el policía en sus relaciones profesionales y sociales será debidamente entendida y tratada, dejando de padecer, paradójicamente, sus efectos las propias víctimas, en lugar de efectuarse una identificación y debido plan te actuación contras sus propulsores.
De una forma muy especial, deseo dedicar esta corta opinión a la profesora Doña Susana Lugana Hermida, por su larga y acreditada carrera como victimóloga, colaborando desde la ciencia de la psicología en la prevención, tratamiento y protección de las víctimas.
SP.1.JMPG
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